¡Basta de impostores! Más teatro y mejores bufones

Columna de Vivian Lavín

En tiempos de Trump, la palabra fool ha aparecido como nunca antes en la escena política para referirse al presidente de los Estados Unidos. Trump remece al planeta con solo digitar mensajes de 140 caracteres y pareciera que su estilo directo viniera a refrescar la impostura de los tradicionales estadistas.

Pero nos equivocamos. No estamos al frente de un verdadero fool, sino que de un impostor, porque si así fuera, el escenario sería más auspicioso. De su lengua no saldría una descripción de la más deliciosa tarta de chocolate mientras decide tirar una bomba, sino que una lanza con la que atravesaría nuestras conciencias.

Entonces, ¿qué es un verdadero fool?

Vamos a Shakespeare, quien lo utilizó con más inteligencia y efectividad. Se trata de personajes que "todo lo saben, todo lo han ponderado, todo lo juzgan con sabiduría ( o inquina) máxima. Ven lo que otros no ven o no han visto gracias al privilegiado sitial que le han dado sus amos: inmiscuirse en todo y opinarlo todo. Los bufones de William Shakespeare tienen un privilegiado acceso a lo real", dicen Paula Baldwin y Braulio Fernández, sobre este rol ineludible en la obra de uno de los más grandes de la literatura universal. Un personaje que hace 500 años se paseaban por las casas acomodadas o de la corte haciendo payasadas todo el día para hacer reír a sus amos. "Los fools o jesters solían ser comediantes profesionales que adoptaban el papel de locos o – y esto es clave- personas con discapacidad mental", anotan los traductores del El rey Lear (Ed. Universitaria), y que en Shakespeare resultan ser, a la postre, los personajes más sensatos y honestos.
Para el gran dramaturgo inglés, los bufones ofrecían la oportunidad de poner orden y claridad allí donde el imperio de las pasiones y ambiciones humanas se desataban como tempestades. Un personaje que permitía decir aquello que en boca de los protagonistas habría sonado a afán educativo o a falsedad, ya que era el demente o el que parecía no entender mucho, el que podía ver mejor lo que se esconde bajo el océano de las emociones y sentimientos humanos.

¿Dónde están los bufones hoy? De las servidumbres señoriales desaparecieron, pero su rol lo tomó algún familiar o amigo de la casa agudo y atrevido, aquél con la broma a flor de labios que osa expresar de manera abierta lo que todos piensan pero pocos dicen. De nuestra vida social, lo más cercano y mediatizado, es el personaje televisivo que tiene por nombre Yerko Puchento. Profundamente shakesperiano en su construcción, el actor, una vez más, viene a poner la nota de cordura en el show de las vanidades y de los falsos espejos. Y como en The Globe, el teatro popular inglés junto al Támesis, ahora frente a las pantallas del televisor, el pueblo lo escucha comiendo, bebiendo cerveza y rumiando algo en la boca, para hacerla explotar de risa y salpicarlo todo con trozos de verdad.
Bien lo entendía, el Bardo. La realidad resulta abrumadora y es preferible engañarnos y seguir adelante como si nada... anestesiarnos con la pantalla para olvidar a los niños que yacen muertos en los brazos de los rescatistas en Siria; a los más de 40 millones de muertos que se avecinan en África, en la primera colosal hambruna del siglo XXI; a los millares de mexicanos cuyos cuerpos van apareciendo en basurales, barriles con ácido o, simplemente, desmembrados. Bien lo entendía, el autor inglés, que decidió hacer de la escritura dramática la más efectiva arma para llegar al centro del corazón de los hombres y mujeres que acudían al teatro como una forma de evadirse, y en ese reír, beber y llorar junto a los personajes amasaba la médula de un pueblo necesitado de explicaciones frente a tanta adversidad e injusticia.

El mundo hoy no es tan diferente del que vivió Shakespeare hace 400 años, pero al pueblo ya no se le da teatro para entenderlo. En cambio, grandes dosis de política con "p" minúscula, esa que hace la gente pequeña. Mucha política para entretenerlo, en un teatro de 24 horas a pantalla abierta, que no hace reír ni tampoco llorar. Un teatro tan malacatoso que deja a su audiencia perpleja, sin entender mucho, confundida, pero con la certeza que lo verdaderamente importante está sucediendo detrás del telón.Al pueblo no le dan teatro para comprender el presente. No le permiten ir a llorar y reír en grupo, para entender juntos la naturaleza humana y compadecernos de lo que somos capaces cuando la fiera se apodera de los corazones.Nos falta mucho Shakespeare y más Cervantes para comprender en clave de teatro y literatura las emociones que nos habitan como nación, como humanidad. Nos urgen bufones asertivos. El problema es que el escenario está lleno de payasos, no de fools, como Shakespeare lo habría dispuesto. Mejor sumirse en la ficción para encontrar la realidad...Feliz Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor.