Brillo y ocaso de un Santiago desconocido
Los investigadores Eugenia Velasco y Mario Rojas conversaron con Vivian Lavín sobre su reciente publicación La ruta de los Palacios y las grandes casas de Santiago, un compendio de lujosas construcciones que nos remiten a un Chile rico y pudiente de hace algo más de 100 años, que sirve de catastro pero también de estudio urbano y social.
Porque se trata de un libro en un formato muy pequeño, de bolsillo, se podría pensar que se trata solo de una guía. Su título es La ruta de los Palacios y las grandes casas de Santiago, sus autores son Eugenia Velasco, Fernando Imas y Mario Rojas y fue editado por el Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes. Un compendio de lujosas construcciones que nos remiten a un Chile rico y pudiente de hace algo más de 100 años que sirve de catastro pero también de estudio urbano y social. Lo llaman ruta, porque los autores clasificaron las construcciones según su ubicación en el plano de la ciudad de Santiago, que también se adjunta al final de la edición con los puntos señalados.
Allí están entonces, las rutas de Santa Lucía, de la Plaza Brasil, San Lázaro y otras casas y palacios de interés de un tiempo que parece tan lejano. Será porque gran parte de los espacios que aquí se describen, junto a sus dueños incluso en fotografías de época ya no existen, que resultan más distantes y extraños. El rótulo de demolido se repite demasiadas veces y en cada uno de ellos se siente como si algo de nosotros también se hubiese perdido. El que ya no quede nada de un Palacio Urmeneta Quiroga construido en 1868 y que a pesar de haber sido la sede la Exposición Histórica del Centenario de la República fue debido a la crisis del salitre, convertido en polvo para construir sobre él lo que hoy conocemos como Pasaje Doctor Ducci, remece los cimientos de nuestra propia conciencia, o mejor dicho, inconciencia patrimonial. Porque no sabremos nunca cómo se dibujaba sobre el paisaje de nuestra ciudad el Palacio Arrieta Cañas, ni el Castillo Dávila o el Palacio Undurraga Fernández, por citar solo algunos de ellos.
Entonces, ¿qué es lo que nos vienen a decir estas construcciones de corte aristocrático? La respuesta la da uno de los autores, el conservador y restaurador de bienes culturales Mario Rojas, cuando dice que "el palacio en sí mismo es un intrincado engranaje social y familiar", que representa una forma de vida y que también obliga a sus ocupantes a adecuarse a ella. Ejemplifica, así que José Tomás Urmeneta trajo desde Inglaterra a una suerte de ejército de lacayos para atender las necesidades y funciones específicas de una vivienda que era ocupada solo por él, su mujer y su hija, mientras cada uno vivía en diferentes alas del palacio. De modo que al visitar estas construcciones a través de este libro o de manera experiencial, si se trata de los pocos que se encuentran en pie, no solo es un viaje al pasado, sino que a un pasado del que no sabemos mucho y del que han quedado pocas huellas, como si nos avergonzáramos de esa ostentación.
Detrás de estos palacios aparecen como pocas veces, sus arquitectos, grandes olvidados en el tejido artístico de nuestra ciudad que dejaron una huella a pesar de nuestra permanente voluntad de borrarlos del mapa. Fermín Vivaceta, Manuel Aldunate o los más citados como Ricardo Larraín Bravo y Alberto Cruz Montt, fueron los autores de esas viviendas extraordinarias. Junto a ellos, se visibilizan los obreros especializados cuyas manos tanto se extrañan en nuestra ciudad, como la de los Hermanos Mina, especializados en la herrería ornamental o los Küpfer, creadores de las broiseries talladas y parqués, o los talleres de Santiago Ceppi, autores de los parqués de mármol de la mayoría de estos inmuebles de la aristocracia y alta burguesía chilena, como también los alumnos de la Escuela de Bellas Artes y los de la Escuela de Artes y oficios que, como lo recuerda Fernando Imas, eran "la principal proveedora de piezas decorativas de la capital... ¿dónde fueron a dar esos saberes y talentos? No sabemos.
Otro aspecto interesante es el que da cuenta la historiadora del arte Eugenia Velasco, quien en su ensayo Mujeres de Palacio, da cuenta del rol que jugaron muchas mujeres que utilizaron los espléndidos salones de sus casas para el debate político.
No deja de llamar la atención en este catálogo que muchos de estos inmuebles se encuentren hoy en manos de asociaciones ligadas a funcionarios o ex funcionarios de las Fuerzas Armadas. Así la que fuera la Casa de los Edwards Hurtado es hoy el Club de Carabineros de Chile; la Casa Sierra Infante es el Club de Suboficiales Mayores de la Fuerza Aérea de Chile; el Palacio Campino pertenece a la Asociación de Pensionados de las Fuerzas Armadas; el Palacio Opazo oficia hoy como el Club Social de la Policía de Investigaciones... por cierto que otros son hoy embajadas y Casas de Estudios Superiores y unas pocas, se encuentran aún habitadas por los herederos de los afortunados de nuestro país.
Esta Ruta de los palacios es una invitación a reflexionar sobre un Santiago que también tiene casas bellas, no solo opulentas, del modo de vida de sus habitantes, de la construcción de sus riquezas. Una oportunidad para afinar el ojo y entender los estilos arquitectónicos y de vida... un baño cultural en todo sentido.