El arte de tener razón
Columna de Vivian Lavín
Así tituló el filósofo alemán Arthur Schopenhauer un breve escrito de 1830, y que tiene por objetivo darle una mano a quienes están sometidos a continuas discusiones y debates, como los políticos, por ejemplo, y que necesitan vencer a como dé lugar. Un divertimento algo amargo en el que el sabio alemán entrega 38 estratagemas para desarticular a cualquier contrincante en la esgrima intelectual, que bien parece haber estado en la mesitas de noche de algunos de nuestros políticos locales, cuando Schopenhauer recomienda a los polemistas tergiversar, falsificar o inventar citas o datos con tal que desconcertar al contrincante. "Muy pocos son los que pueden pensar, pero todos quieren tener opiniones", dice el alemán.
Frente a lo que se nos viene, luego de la derrota en la Copa Confederaciones y los resultados de las Primarias, en lugar de tratar de entender lo argumentos de unos y otros que intentarán explicar de manera torcida o rebuscada lo prístino y obvio, la mejor recomendación es comprender la arquitectura de la palabrería que nos saturará hasta la exasperación.
Una de las primeras recomendaciones del filósofo para quienes utilicen la palabrería como argumento de justificación o explicación de lo inexplicable es, simplemente, suscitar la ira en el adversario de modo que si una demostración ha logrado colarse a las emociones del otro, hay que insistir ahí porque no le permitirán a aquél juzgar en forma correcta. Fíjese bien que muchos hundirán sus garras en el corazoncito de quienes cometan pequeños errores en estos días y los siguientes, con tal de hacerlos sangrar en público, y así disminuirlos.
A diferencia de la filosofía cuyo fin es la búsqueda de la verdad, la dialéctica erística, como apunta el filósofo, y que es la que utiliza la política, tiene como objetivo discutir, pero de una manera tal que se tenga o no razón, "tanto lícita como ilícitamente". Por esto es que no se extrañe, cuando a la hora de explicar el comportamiento de los electores, algunos utilicen ejemplos rebuscados, solo con tal de que esos términos les permitan de alguna manera favorecer sus interpretaciones de la realidad, aun cuando nos alejen de ella. Otra argucia, y que ya es bastante popular en nuestra clase política, es la de "presentar los opuestos" a la hora de contraponer una visión, utilizando para ello el que está radicalmente al extremo del adversario, de modo que no da otra opción de análisis. El mundo en dos colores, en blanco y negro, la felicidad conmigo o el rotundo fracaso con el otro, los buenos y los malos... una receta consabida, pero que siempre da buenos resultados en una opinión pública atemorizada y acostumbrada a consumir miedo.
No permitir que el adversario concluya sus argumentos, al punto de interrumpirlo a como dé lugar, incluso con insultos fue un arma que vimos con lucimiento en el debate televisivo de la hace una semana. "Aturdir, desconcertar al adversario mediante palabrería sin sentido", pero mediante disparates "que parezcan eruditos o profundos", son otros trucos que también tuvieron bajo la manga aquellos y quienes nos remecen con sus diarias pseudopolémicas televisivas, que es por donde pasa el análisis de la realidad.
Schopenhauer es el filósofo del pesimismo profundo y el ejercicio que hizo en la escritura de un libro que, finalmente se rehusó a publicar en vida, tienen que ver con la desilusión que le despertaba el ser humano. Una corriente que acumula adeptos en tiempos como los que corren cuando la sinrazón se apodera de esa conciencia social que pensábamos se había densificado de pensamiento crítico.