El transeúnte pálido
Armando era enfático, sin duda, pero no oracular. Lo mejor de su poesía está impreso en Antología Errante, allí flotan sus palabras, su colección de sensaciones, su mirada inquieta y también celebradora de lo hermoso de su vida, lo bello que hay también en la vida de todos, en la existencia de los transeúntes como él, pálidos y ojerosos, pero nunca derrotados.
Daba la impresión que a propósito de todas sus declaraciones sobre su deseo de morirse, a él le ocurriría lo contrario, vencería a la vieja dama que hace rato lo acechaba escondiéndose entre la arboleda del Parque Forestal. Allí ocupaba un bello departamento y allí soportó la desaparición de su esposa y compañera de toda la vida, Cecilia Echeverría, fallecida en 2001, hecho inapelable y cruel que lo dejó en el abandono y en el encierro, pues, a partir de esa fecha, se negó a salir de su departamento. Desde allí miraba hacia los árboles frondosos del parque, movidos por las brisas de la tarde, solo, sin miedo, vestido de terno y corbata y fumando cigarrillos en una boquilla, sin aspirar jamás el humo. Se peinaba con el cabello ralo y blanco pegado al cráneo y se negó, desde su pérdida, a ponerse varios dientes arrebatados de su boca por el óxido del pasado, diciendo que eso le ahorraría trabajo al tiempo cuando, bajo tierra o con las ráfagas del fuego, consumiera su calavera. Durante la enseñanza primaria y secundaria permaneció en el Saint George, el San Jorge decía él, que hablaba siempre como si estuviera indignado. Allí formó parte de la Academia del Joven Laurel, fundada por Roque Esteban Scarpa.
Muerta Cecilia, a quien amó con pasión y con furia, publicó sus bellos collages, bajo el título de La Inquietante Extrañez. Un libro de imágenes y textos sorprendentes, un mandala de significados y senderos laberínticos.
Uribe fue embajador en China durante el gobierno de Salvador Allende y tras el golpe militar se exilió en París. Desde allí volvió a Chile con la restauración de la democracia en el gobierno de Patricio Aylwin. Era un transeúnte pálido, como el título de uno de sus más significativos libros de poemas, y católico observante. Para el cronista que firma este texto era un lírico solvente, con un manejo del lenguaje que oscilaba entre el misticismo y la blasfemia, los contenidos sociales y la experiencia íntima de la soledad, el abandono y el rigor de la vida desprovista de sentido. Esa era su lucha desde el foro, la sala de clases en universidades francesas y chilenas o la soledad de su dormitorio, donde el ama de llaves lo llamaba cada mañana a despertar y a ponerse su traje de perfecto caballero chileno, ternos de rayas y pantalones con suspensores, cuello almidonado y corbata. Armando estaba listo para observar la imagen del museo de Bellas Artes, a la izquierda de su balcón, la ribera norte del extinto río Mapocho, el barrio La Chimba, y después a escribir con rabia y dolor, desesperanzado y lúcido, silente y blasfemo, hasta que, pasada la tarde con sus horas eternas, veía descender la oscuridad o la niebla del invierno, la lluvia primaveral, todos esos materiales los hacía entrar en sus versos.
Sabía que los poemas nada cambian el torrente de la vida banal y que los libros que los contienen, sus bellos libros impresos por editores que lo buscaban y amaban, cuando lo habitual es lo contrario, el poeta que persigue a modestos editores que huyen de él, seguirían allí, presentes en las ferias de cachureos, con ojos boquiabiertos y hermosos, brillando en una vereda, a precios insólitos, por bajísimos o, a veces, demasiado altos. -¡Es un libro del poeta Uribe!, me dijo una vez el vendedor, se trata de un brujo, un chamán, un caballero lúcido y siempre al acecho. Tenía toda la razón y lo compré. Armando era enfático, sin duda, pero no oracular. Lo mejor de su poesía está impreso en Antología Errante, allí flotan sus palabras, su colección de sensaciones, su mirada inquieta y también celebradora de lo hermoso de su vida, lo bello que hay también en la vida de todos, en la existencia de los transeúntes como él, pálidos y ojerosos, pero nunca derrotados.
Ahora, a su pesar, qué duda cabe, abandonó su departamento del Parque Forestal para ir a la tumba, sin duda provisto de sus apuntes para terminar sus últimos poemas.
Mario Valdovinos estudió Pedagogía y Literatura en la Universidad de Chile. Es autor de la pieza teatral Al Fondo del Paraíso, de las novelas Epistohilario y Piojo, y de la antología de cuentos Takes, entre otros libros. Ha desarrollado la crítica literaria en Revista de Libros de El Mercurio.
Ha sido profesor de cine y Literatura en los colegios Saint George y The grange. También se ha desempeñado como coanimador del programa Vuelan las Plumas.
Enero 2020