La desaparición de los rituales
Este es el título del último libro del filósofo coreano-alemán Byung Chul-han que recoge muchas de las ideas de sus obras anteriores bajo la mirada de la pérdida de un elemento clave de nuestra cultura: los ritos. Convertidos en lo que Han denomina "sujetos de rendimiento" bajo un modelo de vida vertiginoso que no nos da tiempo para pensar, pasa inadvertida la pérdida de los rituales, mecanismos esenciales transmisores de cultura. Conversamos con Berta Concha sobre este libro y la obra de Han.
La desaparición de los rituales (Herder Ed.) es uno de los libros más lúcidos y certeros del filósofo surcoreano, en el que denuncia sin morderse la lengua uno de los grandes males de nuestra época, el extremo y enfermizo narcisismo, acompañado de la mercantilización de las relaciones humanas, mecanismo que, a la vez, nos asemeja cada vez más a los objetos, como si fuéramos piezas intercambiables que se metamorfosean en despiadados y deshumanizados «recursos humanos».
Byung-Chul Han lleva a cabo en su nuevo libro una amena y elocuente disección de lo que él mismo llama una de las patologías del presente: la desaparición de los rituales. Los ritos son acciones simbólicas que unen a los individuos sin necesidad siquiera de mediar palabra: comunidad sin comunicación. Mientras que los ritos cumplen una función fundacional y cohesionadora, pues «transmiten y representan los valores y órdenes» que mantienen unida y entrelazada a una sociedad, el autor surcoreano asegura que, por el contrario, lo que hoy predomina es una comunicación sin comunidad. Por tanto, se ha inaugurado la peligrosa imposibilidad de relacionarse a través del mutuo reconocimiento previo. Y ello porque, entre otras razones, los seres humanos se han convertido en cosas: un producto más con el que mercadear.
La desaparición de los rituales acaba con lo duradero, con los lazos que nos unen de manera indeleble a través de la frágil línea del tiempo, y que nos recuerda que somos capaces de forjar relaciones que sobrepasen el ámbito material. Por contrapartida, «el régimen neoliberal fuerza a percibir de forma serial e intensifica el hábito serial. Elimina intencionadamente la duración para obligar a consumir más. El constante update o actualización, que entre tanto abarca todos los ámbitos vitales, no permite ninguna duración ni ninguna finalización. La permanente presión para producir conduce a una pérdida del hogar. A causa de ello la vida se vuelve más contingente, más fugaz y más inconstante. Pero morar necesita duración».
Como explica Han en La desaparición de los rituales, también los valores sirven hoy como objeto del consumo individual. Se convierten en mercancías. Valores como la justicia, la humanidad o la sostenibilidad son desguazados económicamente para aprovecharlos: «Salvar el mundo bebiendo té», dice el eslogan de una empresa de comercio justo. Cambiar el mundo consumiendo: eso sería el final de la revolución. También los zapatos o la ropa deberían ser veganos. A este paso pronto habrá smartphones veganos. El neoliberalismo explota la moral de muchas maneras. Los valores morales se consumen como signos de distinción. Son apuntados a la cuenta del ego, lo cual hace que aumente la autovaloración. Incrementan la autoestima narcisista. A través de los valores uno no entra en relación con la comunidad, sino que solo se refiere a su propio ego.
Nos hemos hartado, afirma el autor, del carácter enigmático y problemático de la otredad y la extrañeza, lo que deja esbozado en La sociedad de la transparencia. El objetivo prioritario del individuo contemporáneo es el de pasar su tiempo realizando actividades que no alteren el estado normal e inercial de su conciencia, de manera que no molesten, que no requieran reflexión, meditación: un alto en el camino. Y ¿qué otra cosa es la filosofía sino la creación de esos imprescindibles paréntesis? Nos hemos transfigurado en «sujetos de rendimiento» que creen vivir en libertad, aunque la realidad es muy distinta: nos hallamos tan encadenados como Prometeo, figura programática de la sociedad del cansancio.
Pero hoy no solo consumimos las cosas, sino también las emociones, a través de un narcisismo que amenaza con destruir lo más propio del universo humano: el orden inmaterial, simbólico (ritual) que aporta sentido a nuestra vida singular y a la vida en comunidad. Y es que «la presión para producir y para aportar rendimiento alcanza hoy todos los ámbitos vitales, incluso la sexualidad», denuncia Han (como ya hiciera en otro de sus más célebres libros, La agonía del Eros). Y sin tapujos, escribe: «El capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico en la sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe. No conoce ningún otro uso de la sexualidad. Profaniza el Eros para convertirlo en porno». En este nuevo libro va más allá y apuntala: «El juego de la seducción, que requiere mucho tiempo, se elimina hoy cada vez más a favor de la satisfacción inmediata del deseo sexual».
Fuente: FIL&CO - Herder Ed.