Los golpes de la crítica
Vivian Lavín conversó con el escritor Diego Zúñiga, quien vino a presentar su último libro Niños Héroes, publicado por Penguin Random House.
No debe ser nada fácil, para quien su ópera prima pasó de ser un conjunto de cuentos publicado en una micro editorial chilena, a una edición editada por una trasnacional que la tradujo al italiano, la francés e inglés y le digan ahora que su tercer libro de relatos es una decadencia y caída. No solo eso, que su libro titulado Niños Héroes, de nuevo en Random House Mondadori, es un libro “mediocre, con taras vistosas e irremediables, que aduce de infantilismo, intrascendencia, desprolijidad, flojera, torpeza flagrante” y un sinnúmero más de epítetos con los que acostumbra, el crítico Juan Manuel Vial, a asesinar a los libros y autores que comenta.
Pero Diego Zúñiga es periodista de la revista Qué Pasa, medio que es parte del mismo grupo periodístico donde critica Vial, y sabe que esto es parte del juego de lo que algunos llaman “las páginas culturales”. Que eso, según sus editores, le da más prestigio a sus páginas en cuanto demuestra el refinado talento de este crítico en el arte de matar el gusto por la lectura. Todo vale en ese show de los libros.
Diego Zúñiga es de Iquique y su primer libro, Camanchaca, fue considerado una de las mejores piezas literarias producidas en el año 2012. En esa brumosa realidad nortina del libro Camanchaca habla un joven en primera persona y si testimonio es simple y honesto. Luego, escribió Racimo y ahora llega con estos niños héroes, una antología donde vuelve a ocupar la voz adolescente. Pero este periodista iquiqueño tiene el cuero curtido para surfear por las lides literarias y ególatras, aunque si se trata de deporte, lo suyo es el futbol. Hincha de la Universidad Católica, incluso escribió un libro que da cuenta de su afición cruzada en la editorial de otro periodista, Pancho Mouat, otro loco por el futbol y la lectura, temas de los que vamos a hablar hoy día.
Diego, tú, en La ciudad de los niños, que es el cuento con el que partes estos niños héroes, es un cuento que impacta en la idea de un grupo de escolares que asalta un banco nada menos que en un parque o lugar de diversiones. ¿Cómo surgió esa idea que llega hasta ser dolorosa por su realismo?
Sí. Esa historia viene de una sobre mesa. Un día estábamos conversando y la sobrina de mi pareja nos cuenta de Kidzania, que siempre ha sido un lugar tan raro. Yo nunca he ido y si tuviera un hijo probablemente no lo llevaría. Y, de pronto, esta sobrina nos cuenta que hay un colegio que no puede ir a Kidzania porque están suspendidos porque unos alumnos intentaron asaltar el banco. Y yo dije: “No puede ser”. Me pareció una historia extraordinaria de por sí, así que me puse a buscar información y no hay nada sobre el asalto. No sé si es verdad o no aunque tengo entendido que sí porque después lo conversé con otra persona que me confirmó el rumor. Obviamente, esto nunca se hizo público ni mucho menos y yo dije: “Hay que escribir una historia sobre esto” Y, claro, el cuento parte un poco de esa anécdota pero, evidentemente, habla de otras cosas también. Digo, la anécdota es un grupo de chicos que asalta el banco en Kidzania pero también es un grupo de chicos que están un poco a la deriva, son de clase alta. Hay uno de ellos que está venido a menos y es él el que organiza todo esto.
Bueno, al respecto preguntarte ¿de qué manera se alimenta tu literatura? ¿Del periodismo, de la realidad? ¿Cómo se da ese cruce, Diego?
Yo creo que el periodismo me ha servido mucho para salir de mí mismo. Uno, cuando escribe, es muy bueno para mirarse el ombligo y muchas veces ahí no hay nada. Entonces, el periodismo, justamente, te obliga a salir de ahí, a mirar otras cosas, a mirar hacia afuera, a escuchar a las personas y ahí van surgiendo muchas historias. Uno está mucho más atento a lo que pasa y yo creo que en este libro particularmente, se filtra mucho el presente. De una u otra manera, hay ciertos temas que estaban dando vueltas y que se filtran en la escritura de estos cuentos, que tiene que ver con la realidad.
Por una parte tenemos esta realidad que a ti te va contagiando, te va permeando. Tú dices: “Yo escuché esto y después lo voy dando vuelta”. ¿De qué manera el periodismo a ti te ha permitido soltar la mano? ¿Cómo vas dejando al periodista y dando paso al escritor? Porque hoy día ya eres un escritor. Al principio tú eras un periodista que escribía. Yo creo que todos los periodistas somos escritores y, en ese sentido, debemos reconocernos como tales, pero lo que nos falta acá es entender cómo se dan esos dos mundos. ¿Cómo se daban en ti?
Yo creo que mi caso particular es bien raro porque yo publiqué Camanchaca en 2009 cuando estudiaba periodismo. Entonces, cuando empiezo a trabajar yo ya había sido escritor. Había sido escritor antes que periodista por así decirlo. Es una cosa muy rara. Ahora bien, para mí ha sido muy interesante tomar conciencia de lo que es escribir periodismo y escribir literatura. Evidentemente hay mucha conexión entre ambas. No es que cuando yo hago mis artículos periodísticos en Qué Pasa diga: “Voy a hacer periodismo y por eso no me fijaré en el lenguaje o tratar de construir bien las imágenes, los personajes”. No. Pero sí me he dado cuenta que hay ciertas diferencias. Una que es muy puntual y muy concreta es que el periodismo necesita trabajar contra el tiempo. Uno tiene un dead line, uno tiene un plazo fijo y eso, evidentemente, influye al momento de escribir y eso ha hecho que, finalmente, para mí, la literatura sea un espacio de muchísima libertad. Yo jamás publicaré un libro si es que no estoy seguro y tampoco lo escribiría en contra del tiempo. Jamás he firmado un contrato por un libro que no existe. Eso me generaría muchos problemas porque aprovecho la literatura como un espacio que disfruto mucho. Disfruto mucho escribir y trato de que el tiempo sea una cosa muy lejana. O sea, estos cuentos los vengo escribiendo hace diez años y hay un punto donde dije: “Sí, parece que hay un libro” pero después de diez años, nadie me apuró ni nada. Por otro lado, te hace tener conciencia del lenguaje mismo porque, en el fondo, cuando uno escribe contra el tiempo, inevitablemente tiene que acudir a ciertas fórmulas que tiene en la cabeza, en cambio en la literatura me parece que, justamente, hay que trabajar con lo contario. Todo esto hablando de un periodismo que es del día a día porque, claro, cuando uno escribe un libro de periodismo uno también tiene todo el tiempo del mundo y uno puede trabajar el lenguaje. Hemos visto gente muy talentosa. Tú nombras a Francisco Mouat que es un gran cronista. El empampado Riquelme es un libro que me parece fundamental de la literatura chilena de los últimos años. Para mí eso no es periodismo, es literatura seca.
Diego, tú decías que nació primero tus ansias de escribir y de ahí te convertiste en periodista. ¿Qué pasa con otros elementos que se van dando en la literatura y en el periodismo a su vez? Tú trabajas en revista Qué Pasa y ahí filtras muchas herramientas de la literatura para hacer ese buen periodismo del que estás hablando a propósito de Francisco Mouat. Esa es una combinación muy virtuosa y yo creo que eso, también, le ha permitido al periodismo chileno, a pesar de lo mucho que nos denostan, decir con fuerza que hay muy buenas plumas y tú estás entre esas personas. Un poco lo que pasa en otros países donde el lector sabe que va a leer a ese autor o a ese periodista, no es la noticia la que le interesa.
Yo creo que acá hay un buen grupo de periodistas jóvenes y no tanto que han sabido trabajar bien con lo que es la crónica. Estaba pensando, de hecho, en Cristóbal Peña, autor de Los fusileros, que acaba de publicar una crónica extraordinaria sobre Mariana Callejas. Peña me parece un tremendo cronista porque escribe muy bien pero, además, porque ha sido capaz de entrar en temas complejos y saber hacerlo bien. Me parece que por ahí va el camino. Él es uno de los que más me gusta, de los que más disfruto. Está escribiendo menos porque ahora ya no está en un medio fijo, está de director de una escuela de periodismo, pero cada vez que saca una crónica o que saca un libro, uno lo mira porque sabe que ahí va a encontrar, por un lado, un goce estético en lo que escribe y, por otro lado, una realidad nueva que es, en el fondo, lo que él va a estar investigando.
Bueno, el que Peña, una de las mejores plumas de nuestro país, esté en una escuela de periodismo y no esté escribiendo en este minuto es porque estamos hablando de un medio de sobrevivencia y, en este caso, él necesitaba tener un ingreso fijo y optó por eso. ¿Tú aspiras, en algún minuto, poder vivir de tu literatura?
No, poder vivir de la literatura no porque me daría miedo. Es como lo que te decía que jamás firmaría un contrato por un libro que no existe porque debe ser terrible exigirle a la literatura que te alimente. Me parece muy complicado. Yo tengo la fortuna de trabajar en esta revista donde se me han dado muchas libertades y muchas oportunidades para escribir sobre cosas que me interesan. Yo hago, básicamente, periodismo cultural. Entonces, para mí, por ahora, es muy cómodo. Pero, claro, es un gran tema preguntarse de qué vive un escritor. Y yo creo que el peligro es depender de lo que uno escribe porque, como te digo, es un terreno de tanta libertad que es complicado exigirle cosas. Uno, finalmente, se va a terminar repitiendo, uno se termina forzando.
¿Tú temes eso?
Sí. Te insisto, le tengo mucho miedo a que esto empiece a ser como una máquina. Uno escribe porque le gusta. En términos económicos se gana muy poco pero uno lo hace porque es lo que más disfruta hacer. Ser futbolista y que te paguen mucho debe ser una maravilla porque, imagínate, estás haciendo lo que te gusta hacer, lo que jugaste desde chico. Pero es complicado el tema del mercado. Hace poco, y me imagino que tú leíste ese artículo de El Mercurio que hablaba de la literatura chilena, que está vendiendo menos. A mí eso me parece como una cosa muy secundaria. Obviamente que uno quisiera que los libros llegaran a la mayor cantidad de gente posible pero Chile nunca ha sido un país con tantos lectores.
¿Tú crees que no?
Lo que ocurrió sobre todo en los 90, cuando se hacían ediciones muy grandes de libros, fue un boom. Se había acabado la dictadura, la gente tenía curiosidad de qué se escribía.
¿Y antes de eso? Pensemos, por ejemplo, en los 60.
Claro, pensemos en Quimantú. Es una locura, de repente, pensar eso. Me parece una cosa muy linda pero también me parece una cosa tan lejana. Obviamente que tiene que ver, todo esto, con la educación. Ahí se origina todo. Es una cuestión muy compleja.
¿Qué pasó con tú educación? ¿Cómo fue tu iniciación literaria, tus lecturas? ¿Cómo te convertiste en un animal lector?
En el colegio, yo tuve la suerte de tener un profesor muy bueno, de castellano, y que cuando a mí me surgió la curiosidad por los libros, él estuvo muy encima, me prestaba libros. La biblioteca de mi colegio – yo estudié en un colegio particular subvencionado- no era una gran biblioteca pero tenía sus cosas y las agradezco mucho. Yo me formé mucho leyendo en bibliotecas. Bibliometro, por ejemplo, para mí fue fundamental, y la Biblioteca de Santiago. Yo me acuerdo cuando se inauguró. Hace poco fui, me invitaron a hablar a una Mesa, y fue lindo volver porque hace mucho que no iba y pensé que yo había pasado muchas horas de mi vida en ese lugar. Cuando recién se inauguró pasaba mucho rato y leí muchas cosas gracias a un lugar como ese. Yo me formé un poco así, con esos libros porque, como son tan caros los libros, costaba armar una biblioteca. En mi casa no había una biblioteca.
Tu testimonio lo van a cortar y reproducir los de la Dibam y yo creo que da cuenta de un esfuerzo por parte del Estado que, por cierto, se agradece pero también es lo que se tiene hacer, para eso es el dinero. De este modo sabemos que los libros están allí. Los libros no están tan lejanos.
No, para nada. Piensa en el Bibliometro y eso que yo te hablo de diez años atrás. Hoy día son más lugares. Yo creo que las municipalidades deben haber mejorado sus bibliotecas, también. Como lector, para mí las bibliotecas fueron fundamentales. Hoy día yo pude armar mi propia biblioteca y no voy casi nunca a una pero, probablemente, si tuviésemos mejores y más bibliotecas… El año pasado me invitaron a Bogotá por un proyecto sobre escribir de la ciudad y te llevaban a las bibliotecas y era una cosa impresionante. Tenían seis o siete bibliotecas de un nivel increíble, basadas en un programa de Canadá. Era un goce ir a esos lugares y yo creo que aquí se discute mucho sobre bajar el IVA al libro – que yo estoy absolutamente a favor- pero donde hay que inyectar es en esos lugares.
Porque son experiencias, porque es el libro pero en un contexto. La gente joven lo que quiere, también, es estar con más gente joven. Por cierto, leer el libro pero también mirar para el lado, qué está pasando, quién anda por ahí.
A propósito, cuando tú recuerdas ese espacio de lectura ¿cuáles son esos libros, esos autores que a ti te marcaron, que recuerdas con cariño o incluso con pudor?
Yo fui un lector muy clásico en el sentido de que me gustó Cortázar. Me demoré mucho en entender a Borges pero cuando lo entendí me gustó. Sábato también. El boom latinoamericano yo creo que fue muy importante pero el quiebre viene cuando descubro a Bolaño, que fue en cuarto medio. Bolaño ya estaba muerto en ese momento pero lo que ocurría cuando uno tenía 17 años y lo leía era que te abría un mundo de lecturas finalmente. O sea, tú leías a Bolaño pero querías leer todo lo que había leído Bolaño. Y ahí se me abrió un mundo que no se acaba nunca porque yo sigo leyendo a gente que a él le gustaba mucho y siempre voy a estar agradecido de haber descubierto una cantidad de autores importantes. Como lector, para mí él fue fundamental. Él era muy entusiasta con la lectura, eso era muy bonito.
En estos cuentos de Diego Zúñiga llamado Niños héroes vemos que estos niños son muchísimos y se van desplazando como un niño que roba un reloj, nada menos que un Omega speed master profesional o el moon watch, y que, claro, lo roba pero dice que se lo prestaron. Tanto en este cuento como el primero que comentamos, un tema que cruza es la situación económica de los padres y eso me llama la atención.
Cuando yo escribí Camanchaca yo era bien chico, tenía 21, 22 años. Obviamente que uno tiene bien poca conciencia de lo que hace en un primer libro. Se apela mucho a la intuición. Yo creo que si hay algo, de ese libro, del cual todavía estoy muy orgulloso y que es algo que el libro reflejaba muy genuinamente, es esa clase media. Porque, claro, uno habla de la clase media y es un entramado muy complejo hablar de ella, es muy grande. Para mí, en ese sentido, la novela reflejaba bien una clase media que tenía problemas económicos, que no vivía en la pobreza pero sí siempre endeudada, siempre había un problema ahí. Yo creo que eso, inevitablemente, se va a traspasar siempre en lo que escriba porque para mí es un gran tema. En Niños héroes, como bien tú dices, es un tema para ellos, les afecta finalmente. Es cómo siendo niño y adolescente tú te enfrentas a la carencia y que no es absoluta sino que es extraña porque, en el fondo, no es que seas pobre pero sí te falta algo. Entonces, es como qué se hace con eso, es raro. Me gusta que el libro refleje un poco eso. Me gusta porque creo que es algo muy contemporáneo, algo muy de mi generación y de lo que está ocurriendo ahora.
Y también hay guiños a otros escritores. Por ejemplo, acá hay uno, cuando dices: “Decir bosque, es decir árboles altos, el ruido de las hojas y los animales que se confunden en la noche mientras duermen. Animales mudos que de vez en cuando levantan la vista”. Ese es un título de Germán Marín.
Y que es un verso robado a Rilke. Sí, yo en el libro juego mucho con esas cosas. Me parece que no es necesario que alguien sepa eso, o sea, puede pasar inadvertido.
Pero me interesa saber por qué lo vas haciendo
Me gusta. Por ejemplo, en el cuento El lenguaje de los pájaros aparece Juan Luis Martínez que es un poeta que a mí me parece extraordinario. De hecho, la imagen de la portada es de él. Es que me gusta mucho leer y me gusta que esas lecturas se vayan filtrando un poco en la escritura para que también vayan encantando. De pronto si alguien se da cuenta pueda decir: “Oye, qué buena, a ver quién es este autor” porque es lo que me pasaba a mí cuando leía a otros aunque, claro, no me gusta mucho dejar la marca tan explícita. Hay un caso, por ejemplo, en Lorrie Moore le lee un cuento a Catalán. Claro, Lorrie Moore es una escritora británica que existe y aparece en Bukowski, me acuerdo mucho. Ese era un cuentito más tipo homenaje a una tradición que para mí fue importante y que es la tradición norteamericana. Yo leí durante mucho tiempo mucho cuentista norteamericano y los sigo leyendo pero, quizás, con más distancia hoy día. Me gusta más lo latinoamericano en esta etapa. Pero me gusta que el libro deje registro de eso porque, además, fueron cuentos que se escribieron durante diez años, entonces, me parece interesante dejar marcas, como huellas de cada época que fue pasando mientras escribía el libro.
Respecto de la crítica lapidaria que te hizo Juan Manuel Vial en el diario La Tercera, podemos decir que no es un comentario que señala algunas características del libro sino que ya cae en la descalificación y me parece que el autor merece ser escuchado cuando le pegan de esta manera. ¿Fue un knock out, Diego?
No. Me llamó la atención lo personal de la reseña. Yo creo que uno está acostumbrado a que puedan hablar bien o mal de tu libro. Yo tengo la suerte de tener amigos que son muy honestos, muy duros, por lo que para mí las críticas no son algo que me haga sentir tan mal. Cuando yo tengo a alguien a quien respeto y me dice: “Oye, esto no está bien” yo soy súper receptivo con eso. El problema de ese texto es que, claro, era súper personal. Casi no habla del libro o elige cosas del libro muy arbitrariamente. En el fondo, creo que cierra mucho la posibilidad de sentarse a discutir porque no yo me puedo sentar a discutir con él. Tendríamos que llevarlo todo a un nivel personal y no lo conozco, no sé nada de él. Igual, también, hay un contexto aunque es medio absurdo explicarlo. El año pasado me invitaron a un congreso de crítica en Valparaíso que hizo la Fundación Neruda y escribí un texto que se llamaba En busca del crítico perdido. Yo hacía una crítica a la crítica. Lo hacía desde mi lugar porque, además de periodista, escribo reseñas por lo que algún vínculo tengo con el género. También soy autor y editor. Entonces, tengo un vínculo con la crítica muy raro, desde el hacerla hasta recibirla y ser el editor de alguien que la recibe. En ese panorama, me parece que hace mucho rato que la crítica está como media perdida. Además, muchas veces que se entra en el terreno de las polémicas con la crítica, generalmente escribe alguien a quien lo han tratado mal. A mis libros anteriores los habían tratado bastante bien. De hecho, él, particularmente, escribió bien de Camanchaca y de Racimo. Es muy gracioso que, en esta reseña, se desdice un poco con Racimo y dice: “No era tan buena como parece que…” Entonces, claro, como yo no había sido mal criticado dije: “Puedo hacer un ensayo sobre esto y plantear ideas” porque tampoco era decir: “Oye, tú eres esto” porque no los conozco pero sí los leo. Yo sabía, entonces, que venía una respuesta a eso.
Pareciera haber dos sujetos acá, dos personas, Patricia Espinoza, en Las Ultimas Noticias, y Juan Manuel Vial en La Tercera. Nosotros, en el periodismo, no acostumbramos a criticar a nuestros pares y, en realidad, en mí es bastante raro que yo personalice a este nivel pero creo que ya estamos llegando a un punto, y lo digo con molestia, porque no puede ser que se den el lujo de usar una página completa para denostar un libro. Me parece una falta de respeto con el libro y con la situación del país. Cuando lo que más necesitamos son lectores, esto ahuyenta a cualquier persona no solo de la lectura sino de todo. Es para salir arrancando e ir a ver televisión. No significa que todo les tiene que gustar pero yo creo que en este país, en este momento, hay que hablar de lo bueno porque necesitamos ese “lector perdido”. Si seguimos espantándolos de esta manera nos vamos a quedar solos.
Sí, a mí la crítica me interesa mucho como género. Leo mucho a críticos de afuera. Creo que en Argentina y en otros lugares hay un cuerpo de críticos más complejo. A mí me parece que una buena crítica, en términos de escritura, es, evidentemente, un texto que se me mete en lo que está hablando, indaga, trata de entender qué hizo el autor y ahí puede, por qué no, poner sus peros. Pero, en este caso, me pareció tan personal que no tiene mucho sentido que yo diga algo porque, además, tampoco me produce nada la crítica en el sentido de decir: “Voy a cuestionarme qué estoy haciendo”. Que podría ser eso porque esas son las críticas que a uno más le llegan y uno dice: “Sí, en realidad está diciendo algo que no me había dado cuenta que estoy haciendo mal o que podría hacerlo de otra manera”. Pero aquí no fue eso y fue desconcertante esa violencia tan personal.
Pero esto pareciera ser muy chileno ¿no? Esto de golpearnos de esta manera.
Sí, súper chileno.
Tú que has tenido la posibilidad de asomarte afuera, de ir a otros países. Eres un escritor chileno que está siendo invitado permanentemente a otras ferias. ¿Qué te dicen cuando comentas situaciones que has pasado?
Sí, yo creo que, probablemente, tiene que ver con que Chile es muy chico. Yo lo pienso ahora y siempre publicar un libro, para uno como autor, es, entre otras cosas, exponerse. Obviamente que uno recibe cosas muy bonitas de los lectores, incluso lecturas muy bonitas de críticos, pero también, con las redes sociales, es tan fácil venir y decir: “Este libro es una basura” y no explicar nada. Mi miedo siempre, con respecto a todo esto y que va mucho más allá de lo que ocurra con las críticas hacia mis libros, es que hemos perdido la capacidad de discutir, de intercambiar diálogo, posiciones. Eso se perdió hace mucho tiempo y es medio irremediable. Eso es un problema porque yo creo que la crítica es importante en un campo literario y en un campo cultural. En este ámbito tú necesitas que todo esté como activo para que se produzcan, incluso, mejores libros. Si tú tienes un buen lector, si tú tienes un par de buenos críticos que están leyendo atentamente lo que se está produciendo, tú estás produciendo cosas mucho más interesantes. Hace muy poquito se publicó un libro que son los ensayos reunidos de Ezra Puond que, por primera vez, los tradujeron completos en Chile. Un libro increíble. El prólogo de ese libro lo hace T. S. Elliot, que eran amigos con Pound, y él contaba como Pound, que fue un crítico muy particular, le interesaba mucho intervenir en las escrituras porque decía: “Mientras mejor se esté escribiendo, yo voy a escribir mejor”. Y él quería interlocutores así. Eso me parece una idea maravillosa y yo la comparto mucho pero, como te digo, en este campo es medio raro. La discusión acá es muy soterrada.
Cuando uno va a otros lugares o cuando vienen amigos de afuera dicen: “Oye, todos son amigos acá. Todos se llevan bien. Qué raro este campo cultural” y yo les digo: “No, en realidad, todos se odian pero no son capaces de decírselo o todos tienen divergencias pero no son capaces de sentarse a discutir”. Supongo que eso es un poco herencia de la dictadura que cortó absolutamente la posibilidad de diálogo.