Una novela dolorosamente familiar
Vivian Lavín conversó con la escritora Sara Bertrand sobre su último libro "Álbum familiar". Confiesa la autora que sus mismos hijos protestaron ante la idea de que escribiera sobre la dictadura cívico militar chilena. Menos mal, ella los desoyó en la idea de hacer un libro precisamente para ellos, para los jóvenes de hoy que no tienen fuentes para saber lo que significó crecer en esos tiempos.
Para dar vuelta esa gran página de la historia reciente es necesario que la hayamos leído completa. Que ese enorme pliego de memorias haya sido desplegado, que diversas y múltiples voces hayan contado lo que vivieron en los años de Dictadura. Hay quienes refutan con desprecio este empeño de insistir sobre un tema que consideran superado, sin embargo, la porfiada realidad, los desafía con nuevos testimonios, reales o ficcionados, que insisten en hablar, en contar algo que no se había dicho o no se había expresado desde un determinado punto de vista o con matiz único que entrega la experiencia personal. Como confiesa la autora del libro Álbum familiar, Sara Bertrand, cuyos hijos protestaron ante la idea de que escribiera sobre la dictadura cívico militar chilena y a quienes, menos mal, desoyó en la idea de hacer un libro precisamente para ellos, para los jóvenes de hoy que no tienen fuentes para saber lo que significó crecer en esos tiempos. Finalmente, la novela no lleva el adjetivo de adolescente y es una novela a secas. Álbum familiar es uno de esos libros que vienen a retrotraernos a esos días grises a quienes vivimos bajo la dictadura y a sumergir, a quienes no existían o pasaron por alto ese período. Su autora, Sara Bertrand, narra en primera persona la historia de una familia a partir de una protagonista femenina.
Es una novela breve donde el fondo histórico del Chile reciente aparece con nitidez, a veces, o difuso y distorsionado en otros, y por esto, supera la realidad chilena reciente transformándolo en una historia familiar ambientada en Chile o en cualquier país del mundo que haya vivido bajo una dictadura. El clan de niños o "la patota" triste, casi perpleja que ilustra Carme Solé en la portada y que Sara Bertrand retrata en esta novela, nos sumerge en la infancia y adolescencia que los adultos tienden a motejar como mundo de fantasía y que, sin embargo, está demasiado atento y anclado en la realidad. Sus rostros serios enfrentan a un lector que se puede ver en esa patota y a la vez, sentirse interrogado por ella. "Porque en la ciudad gobernaba la desconfianza. Esa fue una de las primeras plagas que desató el régimen: una incertidumbre que nos hizo ver enemigos o traidores incluso entre nuestros compañeros de curso", dice Elena, la protagonista.
¿Lo dirá también Sara Bertrand, la autora?
Estoy muy contenta con lo que ha sido la lectura que ha hecho la gente de Album familiar. He recibido muy buenos comentarios. La verdad es que, al principio, tenía bastante pudor. Album familiar no es mi historia pero, por supuesto, que forma parte de muchas fotografías que tengo en mi registro personal.
Cuando tú escribes lo que acabo de compartir, “esa plaga llamada desconfianza” ¿Cómo la viviste?
Bueno, yo estaba en un colegio más bien progresista, bastante liberal, de monjas todas rojas, así que íbamos a tirar miguelitos con ellas cuando había marchas y cosas así.
¿Qué colegio era ese?
Las Teresianas de Pedro de Valdivia. En las torres se juntaba mucha gente, muchas veces íbamos a manifestar y nos dejaban, así que era muy divertido. Algunas, incluso, nos acompañaban y salían y eran feroces. Entonces, la verdad, en términos de espacio de expresión, la dictadura más terrible o las consecuencias más terribles que yo viví de la dictadura, ocurrieron después, en los años 90, cuando me toca salir, estar en la universidad, salir de ella, y este mundo como maniacodepresivo, en esa fase maníaca que viene después de cualquier depresión y que era un Chile donde nosotros éramos súper poderosos y nos creímos un cuento bastante raro. Nosotros fuimos niños pero no tontos, vimos todo lo que pasó. Entonces, yo creo que la mueca o la cicatriz que a cada uno se le generó en esos momentos o en esas actividades, no es algo que uno pueda olvidar y yo quiero reivindicar el derecho que tenemos los niños que fuimos a contar nuestra historia porque, de alguna manera, la única forma de sanarnos es hablando.
Tú hablas del pudor. ¿Qué pudor tenías, qué miedo tenías al compartir esto? Porque aunque tú digas que es una ficción, algo te pasa, porque aquí hay parte importante tuya, de sentimientos, sensaciones, imágenes. Acá parece que hay materiales muy personales ¿no?
Se mezclaron dos cosas. Por una parte, yo soy autora infantil juvenil, un ámbito que, en general, no recibe ninguna crítica, entonces, uno como que navega en una invisibilidad bastante agradable por una parte, por otra parte es un pena porque hay libros muy interesantes y la conversación sobre la infancia a mí me parece tremendamente vital. O sea, yo creo que ahí está parte de lo que vamos a ser como ciudadanos el día de mañana pero, independiente de eso, uno navega en una suerte de “nadaísmo”, o sea, “no eres nadie”, y eso se rompía con esto. Cuando le pasé la novela a mi editora, María de los Angeles Quintero, que es la editora de Planeta infantil – juvenil, ella me dice: “Sara, lo siento, esta novela es adulta”. Entonces, es ahí cuando se la pasa a Seix Barral, que es un sello dentro de Planeta. A mí me dio un poco de vergüenza porque, evidentemente, existe esa cierta inseguridad de pensar si tendré los zapatos, las botas…
La estatura literaria.
Exacto. Yo soy bien pudorosa en términos de los trabajos que hago. Yo no soy de las autoras que creo que escribo increíble, no, no me creo para nada el cuento. Creo que cada libro es una artesanía y cada libro es una posibilidad, para uno mismo, de superarte, no solo en tu propia conversación – me encanta esa imagen de la conversación. Lo leí en el discurso del Nobel de Joseph Brodsky y me lo apropié absolutamente-, encuentro que la literatura es una conversación y cualquier libro te propone una conversación. Entonces, en ese sentido, uno dice: “¿Le interesará a la gente lo que yo quiero conversar, el punto de vista que le quiero mostrar?” Siempre me planteo dudas, de decir: ¿estará bien escrito?, ¿Usaré las palabras correctas? Soy muy maniática. Yo vengo del periodismo y suelo editar mucho lo que hago. Me carga aburrir. Creo que aburrir es algo que uno no se puede permitir. De algún modo, por eso está la estructura del libro, esas fotos. Porque ¿cómo partía escribiendo esto? Bueno, yo quería hacer una novela para jóvenes que hablara de dictadura porque me parecía que mis propios hijos, que son – en ese momento cuando empecé a escribir, como hace tres años y medio atrás-, los que me decían: “¡Ay mamá, qué lata la dictadura!” Así como muy déjanos a nosotros vivir. Ellos empezaron a protestar, a ir a marchas y todas esas cosas y cero ganas de saber la historia de las marchas. O sea, ha habido tantas marchas estudiantiles a lo largo de la historia que creo que la mínima reverencia que uno puede hacer a cualquier movimiento que ha logrado algo es conocer su historia, y mis hijos encontraban que yo era una vieja pelotuda, una latera. Entonces yo dije: “A ver, de qué manera hago una historia que converse con los jóvenes y los atraiga”. Y empecé buscando sensaciones, eso de las marchas, por ejemplo, lo de salir del metro y que te encuentras con un cara pintada con las metralletas. Al final eran puros jóvenes y uno se daba cuenta que hasta te joteaban. Había una cosa súper rara. El día que ganó el no, me pasó que nosotras estábamos pintadas completas con la consigna “NO” y con el grupo de amigas con el que íbamos nos topamos de frente con la casa de Pinochet donde había una velatón y nosotras muertas de la risa. Entonces, también estaba esta cosa de la irreverencia de la juventud, de decirle “Viejo de mierda”, y se acerca un militar y nos dice: “Cabras, no se vengan por acá” muy en buena onda. Bueno, a mí no me tocó vivir la realidad de una población que, asumo, hay una distancia. Yo cuento la historia de cualquier familia de clase media que vivió en Santiago de Chile, no digo que en las poblaciones marginales se vivió lo mismo.
Claramente acá hay una valentía y es abrir esas imágenes, esas emociones, por cierto que en plan ficción, de eso se trata, y que a ti te permiten conversar contigo, primero, con otros después.
Sí, es que para mí era muy importante retratar el ambiente. Entonces, para eso yo tenía que volver de algún modo a mí propio ambiente, un ambiente de dictadura real y que si tú te das cuenta, y por eso no le puse nombre, al final todas las dictaduras se parecen demasiado.
Exactamente. Esto es universal. Queda ese miedo.
Bueno, quien hizo la portada leyó el libro y la verdad es que ella vivió la Guerra Civil española, entonces, me dijo: “Qué impactante como tu libro me hizo conversar con ese mundo”. Que se le habían parado los pelos y todo. Ahí me dijo: “Yo hago la portada de todas maneras. Feliz”.
Yo me quedé en una frase a propósito del paso de la infancia a la adolescencia. Tú dijiste: “Incubando quienes llegaríamos a ser, debíamos atravesar esa etapa difícil. Fue una semilla, un pequeño almácigo que sembró el recelo entre nosotros y terminó con nuestra infancia”. Me gustaría que ahondaras un poco en eso porque me pareció tremendamente interesante cómo los adultos pueden, definitivamente, desde ellos, ponerle fin a etapas que parecieran ser biológicas y no.
Yo no sé cómo lo habrá vivido otra gente, a mí me da la impresión de que en mi familia por lo menos había mucha sensación de que no estaba el ambiente como para jugar. A uno le entregaban ese mandato como de “nunca sabes de qué lado de la mesa vas a estar”, “cuidado, no digas tal cosa…”. Todas esas advertencias, de alguna manera, iban siendo voces de alarma que indicaban “ojo, tú no estás en un lugar seguro. Tú no sabes si tu interlocutor es alguien en quien puedes confiar” y eso es propio del adulto, no es propio de la infancia. Entonces, yo veo, a diferencia de la infancia que yo les he procurado a mis hijos, me doy cuenta que ellos han tenido un momento de infancia feliz, han tenido dificultades y vivido procesos pero no tiene que ver con este apuro de que uno atinara, como de “¡¿hasta cuándo vas a ser niño?!
Esta novela es bien ambiciosa porque toca muchas líneas temáticas, es la complejidad de la vida misma. Tú no te vas en una sola línea como la historia de amor, por ejemplo. No, también está todo este telón de fondo que es la situación y contexto político en ese minuto. Está también la violencia familiar o intrafamiliar. Está lo que sucede con la brecha generacional. Está la privación económica de esa época. Tú me dices que eran de clase media pero una clase media que la pasó muy mal, donde no había un peso.
Eso es lo que nos separa a nosotros de los estudiantes de hoy. La otra vez me tocó ir a hablar a la Universidad de Santiago, a la radio, y llegué un día de protesta y, evidentemente, yo que vivo trabajando, escribiendo y leyendo, no me había enterado y me enteré al llegar. Estaba lleno de piedras y los chicos quemando sus bancos. Es algo que nosotros no hubiéramos hecho jamás. Mi banco yo lo cuidaba, o sea, tu sala de clases era importante. Yo no sé si eso es muy militar pero, de algún modo, tú tenías la sensación de que eso te iba a llevar a algo, que eso te iba a ayudar a salir.
Esa sensibilidad que tiene Sara Bertrand de acordarse, de recordar con mucha frescura las emociones, las imágenes de su infancia y adolescencia, también la tradujiste en otro libro que me gustaría que comentaras porque me parece muy sorprendente. No se lo coma, este es un libro que hiciste junto a Alejandro Magallanes, ilustrador mexicano. Acá lo que hay es que ustedes fueron y hablaron con niños. ¿Qué hicieron? Quiero saber qué pasa con este libro.
A ver, lo que pasó es que yo estaba escribiendo Álbum familiar. Yo nunca escribo un solo libro porque yo tengo siempre la fantasía de que cuando voy a terminar una novela como esta, va a ser lo último que voy a escribir
¿Así como que se acaba la inspiración?
No, soy como histérica pero de libro. O sea, yo digo: “¡Esto es lo último que voy a hacer! Nunca más voy a escribir nada.” Y escribo con esa fantasía, como diciendo: “Voy a morir aquí. Voy a poner punto final y muero”.
¿Y eso es agradable o desagradable?
No sé pero me pasa. En ese instante yo me tiendo trampas y que son como mi neurosis, ayudándome a existir y empiezo… Yo había leído los libros que se señalan en la contratapa, que son Las preguntas de los niños y La casa de las estrellas, de un colombiano, y me parecía que reproducían muy bien las conversaciones de los niños. Entonces, yo dije: “¿Qué tal si empiezo a entrevistar niños?” como una manera de darle una cosa light, un juego en vida mientras escribía Álbum familiar, un poco más profundo, como con esa oscuridad, esa cosa gris, como tomando conciencia de lo fuerte que fue haber vivido todo eso. Entonces, empiezo a entrevistar a estos niños.
Augusta, Antonia, Daniel, Elisa, Nicolás, Margarita, Max, Mikael, Mila, Pedro, Sebastián y Violeta. Son todos niños.
Todos. Violeta es hija de un escritor y Mikael es hijo de la Lola Larra. Una vez íbamos con la Lola caminando y este niñito me decía: “¿Sabías tú que el universo partió en Centroamérica?” Y yo dije: “Ya. Este es para mi libro”. O sea, niños que me llamaran la atención. Y empecé a entrevistar y ya llevaba como siete u ocho niños y dije: “Esto puede ser un libro, de todas maneras”. Pero yo no sabía si me iba a resultar. Y en eso, Alejandro empezó a decirme que hiciéramos un proyecto juntos, que cuándo iba a trabajar con él, etcétera y le dije: “¿Sabes qué? Te voy a mandar unas preguntas, a ver si quieres contestármelas”. Y él me mandó estos dibujos y yo a esos dibujos les hice una historia y ahí aparece la estructura. Ahí quedó armado.
Es un libro muy sugerente, que permite sorprenderse. Las preguntas son espectaculares. Hay una que me fascina “Cosas que existen y los ojos no ven” y los niños responden.
A mí me encantó la Violeta cuando le pregunto: ¿Qué has descubierto tú? Y me responde: “En esta vida no se puede ser tonto”. O sea, cuando una niñita de siete años te dice eso, uno dice: “¡Oh, yo soy una estúpida! No he aprendido nada”. Ella lo dice porque tiene un amigo que se cree Superman y va a traer su capa y va a salir volando. Para ella, tonto de capirote.
Pero también son preguntas infantiles: ¿Para qué sirve la imaginación? Hay otra que me gusta mucho y tiene que ver con los papás: ¿Tus padres mienten?
Margarita no me contestó nada porque era muy chiquitita pero la cara que puso. Yo ahí decía: “¡Qué ganas de haberlo hecho video!”. Ella empezó a mirar para todos lados como diciendo “obvio que miente pero no puedo decirlo”.
¿Por qué se llama No se lo coma?
Porque todos los niños me decían: “No. No se come”, “No se lo coma”, “No, tú no entiendes”. La respuesta más recurrente de los niños era no. Yo quería tomar esa edad donde no están tan escolarizados y donde la elaboración del conocimiento es súper personal y propia. Entonces los niños como que son semi dioses, lo que ya descubrieron es la verdad universal y te decían: “No, tú estás equivocada…”. Encontré que era un libro delicioso y voy a ponerle la palabra No y No se lo coma porque es como una delicia, porque los niños son deliciosos, son divertidos. Yo me mato de la risa con ellos.
Para terminar ¿algún lector adulto que te haya hecho algún comentario sobre este libro que te haya llamado la atención?
Gente bastante disímil me ha comentado que es increíble cómo el libro los ha llevado a esa etapa. Muchos lectores de la edad mía, gente que vivió pero que uno aún no ha comentado mucho esos temas. No se dan ese tipo de conversaciones no más. A veces sí pero rara vez, no forma parte de tu vida hablar de tu infancia. Entonces, hay gente que me dice: “Hay cosas de tu libro que eran exactas. Me pasaba lo mismo”. Entonces eso, es un poco como un retrato de época.